viernes, 10 de agosto de 2007

Trabalenguas moral

Sola, se sube con calma la sisa de su blanca blusa. Abusa
y hasta suda sabiendo que siempre será observada
desde el otro lado del pasillo, desde la sala.
Sibilantes las miradas que se sienten, que se atascan
siempre que cierras las puertas , algo pasa.

Sangría novedosa en caudal…y en nombre bueno.
A mí siempre me gustaste. Aún de pequeña.
Con nuevos modales, estrenados para la ocasión, pues la merece.
Con la cara roja, aunque no hiciera calor… ¡qué vergonzosa!
Nos quedamos de piedra en mitad de clase, perdiendo las miradas en el mar de la pizarra, mientras el maestro asentía tras susurrarle tú…algo al oído, delicada.
Luciendo un nuevo brillo en la pupila, más compleja y mucho más cautivadora.
Con piel más suave, sin tanta harina blanquecina. Sin porcelana apenas, sólo pestañas que salían de la cara hacia un flequillo… en fuga de rápida coleta tras recreo.
Todo sería diferente tras aquello. Ya nunca regresó, tanta inocencia, que dejaste aparcada en los lavabos.
Por fin estrenarías nuevos sueños, contados tantas veces a tu almohada.

Pero yo ya no formaba parte de ellos, ni de la costura en borde grueso de tu cama. Tan sólo recordarlo… me desvelo, mientras cae alguna lágrima.

La paciencia de los niños de once años, se dispersa cuando sangran sus amadas. Y ya nunca más se recuperan, pues no maduran nunca.
Y así con su pasito nuevo y claro, avanzan decididas para siempre… y gente como yo, sólo miramos, mientras ellas se regalan al más alto.
¿Las lagrimas aquellas, de hace tanto?...me miro en el espejo y aún no secaron.

¿Y ahora que he crecido, qué te pasa?, ¿por qué sigue ocurriendo que las niñas, pecan de madurez y siempre escapan? Yo sigo siendo el niño que miraba con cara de sorpresa en las ventanas… del colegio, del trabajo y de mi casa.
Será que tanta sangre derramada, os ha convertido ya en mujeres…desde entonces.

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